Sal 63:8 Está mi alma apegada a ti; tu diestra me ha sostenido.
Durante los últimos meses, la palabra apego ha resonado fuerte en mi espíritu, de hecho, se ha convertido en mi lema, en mi tema y en una de mis más importantes metas. Escucho al Espíritu Santo clamando por llevar nuestra alma a un apego absoluto y radical al corazón del Padre.
En el Salmo 63, el salmista derrama su corazón ante Dios, un corazón hambriento que se despierta de madrugada buscando anhelante, sediento como la tierra seca y árida; es un corazón que está enfocado en Dios que tiene su atención en Él. Es una necesidad tan grande que no cesa ni siquiera en las noches, en las cuales su necesidad lo desvela y lo mueve a cantar y adorar sobre su cama.
La causa de lo que está viviendo, esa urgente necesidad por Dios, no es otra cosa que su alma y todo su ser padeciendo de un apego a Dios que se salió de control.
El apego es un afecto entrañable, es cariño, es alta estima, es un profundo interés, es una devoción y una fuerte inclinación. El apego es una vinculación afectiva, intensa y duradera, cuyo objetivo inmediato es la búsqueda y mantenimiento de la proximidad, es adhesión, es estar unido, al extremo de resistirnos a la separación, pues ello significaría la muerte.
El apego se manifiesta con mucha claridad, en la relación de un recién nacido con su madre, con la que desarrolla un vínculo y una relación de afecto, admiración y dependencia. Sencillamente su madre se convierte en su mundo, en su lugar preferido, ese lugar donde es alimentado, donde se siente seguro, donde podría pasar su vida con su mirada clavada en la que representa su todo.
El salmista exclama: mi alma esta apegada a ti, tu diestra me sostiene. ¡Wow, que escena!; no es sólo el aferro de un corazón al de Dios, que renuncia a la posibilidad de soltarse; es también el apego de Dios hacia un corazón, al que ha abrazado con su diestra, con una fuerza y un vigor tal que manifiesta la determinación de no soltarlo o dejarlo ir.
Necesitamos llevar nuestra relación con nuestro Padre a ese extremo donde nuestro corazón se adhiere y se fusiona con el de Dios, al punto de que la separación se vuelve imposible. En esta dimensión todo nuestro cariño está puesto en Dios, lo hemos abrazado, nos hemos aferrado a Él y entregado por completo al extremo de que el vínculo es tan fuerte que nos volvemos totalmente dependientes de su amor, de su mirada, de sus palabras, de sus abrazos, de sus besos. Dios se convierte en nuestro universo, en nuestro todo y lo demás no importa.
“Dios mi alma se estrecha a ti con un fuerte abrazo, sufro de apego a ti, mi corazón te sigue, mi mirada esta fija en ti, mi vida entera está ligada a ti, mi corazón se aprieta contra el tuyo al punto de que se ha entrelazado y fusionado con tu corazón. Estoy aferrado a ti y tú a mí, tu mano derecha no me suelta”.
Sal 91:14 Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; Le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre.
La genuina adoración se manifiesta en un corazón inclinado y apegado a Dios.
Pastor Minor Ceciliano
Comunidad Internacional de Adoradores
Estableciendo Adoracion en las Naciones
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