Un vaso de agua fría

Un vaso de agua fría

Jesús nos enseña una lección profunda sobre la generosidad, hospitalidad y cómo incluso los gestos más pequeños de bondad hacia los demás tienen un valor eterno en el reino de Dios.

“El que os recibe a vosotros, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió. El que recibe a un profeta en nombre de profeta, recompensa de profeta recibirá; y el que recibe a un justo en nombre de justo, recompensa de justo recibirá. Y cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente en nombre de discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa.” (Mateo 10:40-42)

A menudo, solemos pensar que solo los grandes actos de servicio, los sacrificios significativos o las obras de gran magnitud son los que realmente cuentan ante Dios. Sin embargo, Jesús nos recuerda que incluso los actos más sencillos y humildes tienen un valor inmenso. Dar un “vaso de agua fría” puede parecer un gesto insignificante, algo tan simple como ofrecer algo básico y cotidiano a alguien que lo necesita. Sin embargo, Jesús lo presenta como algo digno de recompensa, porque no se trata tanto del valor material del gesto, sino de la actitud con la que se hace.

El versículo también nos habla de la importancia de recibir a los demás “en nombre de”. Recibir a alguien en el nombre de Cristo significa no solo ofrecerle hospitalidad, sino hacerlo con la intención de honrar a Dios y reconocer en esa persona la presencia de Cristo. Así, cada acción que tomamos hacia los demás, incluso en lo más pequeño, se convierte en un reflejo de nuestro amor por Dios.

En un mundo donde las grandes obras de caridad y servicio a menudo son las que reciben reconocimiento, Dios valora lo que hacemos en secreto, en lo pequeño y aparentemente insignificante. Un vaso de agua fría dado con un corazón lleno de amor, sin esperar reconocimiento humano, es visto por Dios, quien promete recompensarnos. No se trata de lo que el mundo ve, sino de lo que Dios ve en nuestro corazón.

El “vaso de agua fría” nos recuerda que Dios valora la sencillez, la humildad y la disposición de servir a los demás, sin importar cuán insignificante pueda parecer. De hecho, estos pequeños gestos son los que reflejan el corazón de Cristo y son los que, al final, tienen un valor eterno.

En resumen, cada acción de amor, sin importar cuán pequeña, tiene un impacto eterno en el reino de Dios. Si damos con el corazón sincero y lo hacemos en el nombre de Cristo, incluso un vaso de agua fría es una acción que no quedará sin recompensa.

Kenneth Madriz

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