Luc 7:36 Uno de los fariseos invitó a Jesús a comer, así que fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa.
Fueron poco más de tres años, en los que el Hijo de Dios camino entre nosotros, metido en un limitado cuerpo humano, que le preparó el padre.
A pesar de ser quien era (Dios mismo habitando entre nosotros) El pasó inadvertido en la vida de tanta gente con la que compartió momentos divinos que la mayoría no entendió.
Este día un líder religioso invita a Jesús a comer a su casa. Qué sencillez la del Maestro, quien aceptó gustoso la invitación y se fue acompañado por sus discípulos a la casa de este fariseo llamado Simón.
Al llegar a casa de este fariseo lo que pasó es sorprendente y muy difícil de creer, pues hay atenciones básicas que se le hubiese dado a cualquier invitado, por un asunto de cultura y de cortesía hacia las visitas, pero este día, Jesús no las recibió.
Lo más normal al llegar un huésped de visita a una casa, era ser recibido por un siervo que quitaba sus sandalias y lavaba sus pies para quitar el polvo del camino; luego el dueño de la casa lo recibía con un beso y posteriormente ponía al menos un poco de aceite de oliva en su cabeza.
Sin embargo este día no fue así; el anfitrión fue mezquino en su trato hacia el Maestro. Todas las normas de atención brillaron por su ausencia, sencillamente la recepción fue fría en extremo.
Se me va el aire y se me salen las lágrimas al leer esta historia, pues me parece increíble y tan doloroso que un líder religioso no fuese capaz de entender que quien visito su casa ese día fue nada menos que el hijo de Dios, el verbo hecho carne. Dios mismo estaba en la casa de Simón pero él nunca se dio cuenta. Este hombre perdió una maravillosa oportunidad, única en su vida, para atender y honrar al hijo de Dios. Ese día nadie esperaba al hijo de Dios a la puerta para quitar sus sandalias y lavar sus polvorientos y cansados pies, ese día no hubo un beso de bienvenida y menos aún, un poco de aceite para ungir su cabeza.
Este día el corazón del padre tuvo que haber sido herido por la actitud indiferente del fariseo hacia Jesús; los ángeles debieron haber callado ante el asombro de un acto de menosprecio y frialdad hacia el Rey de reyes.
La historia es dura y pareciera alejada de nuestra realidad, pero me duele reconocer que ésta escena se repite a menudo en nuestras reuniones, donde Dios pasa inadvertido ante la mala actitud de tanta gente que no logran discernir su presencia. Muero de dolor al ver a tantas personas indiferentes, frías, arrogantes, altivas y con una actitud de menosprecio ante las cuales la presencia de Dios pasa desapercibida y sin novedad. De ellos no sale siquiera lo mínimo de una manifestación de honra hacia el Creador del universo, quien es digno de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza!
La falta de revelación y la mala actitud de un corazón, se evidencia en su atención a la presencia de Dios
Pastor Minor Ceciliano
Comunidad Internacional de Adoradores
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