Gén 22:1 (NVI) Pasado cierto tiempo, Dios puso a prueba a Abraham y le dijo: —¡Abraham! —Aquí estoy —respondió.
Gén 22:2 Y Dios le ordenó: —Toma a tu hijo, el único que tienes y al que tanto amas, y ve a la región de Moriah. Una vez allí, ofrécelo como holocausto en el monte que yo te indicaré.
Esta era una pareja como cualquier otra, con un sueño y una gran ilusión en sus corazones de tener un hijo. Lo esperaron con ansias, soñaron con él, suspiraron solo de pensar en su llegada.
Después de varios años de espera descubrieron que ella era estéril y que no había posibilidad alguna de hacer su sueño realidad. Con el paso de los años la vejes se convirtió en otro aspecto que diariamente les recordaba que nunca tendrían la posibilidad de abrazar al hijo que tanto deseaban y al cual habían renunciado, al considerar sus cuerpos ya como muertos.
Un día de tantos y en medio de su desesperanza, Dios aparece en su escenario y les promete que va a cumplir su anhelo y los va a bendecir con un hijo. La promesa es difícil de creer al punto de sacar una risa burlista de la boca de ambos al preguntarse ¿cómo será posible que un hombre de cien años y una mujer de noventa y con un vientre estéril puedan tener un hijo?
Sin embargo y contra todos los pronósticos el milagro ocurrió y Dios les concedió el hijo tan anhelado. El proceso fue emocionante, muchas lágrimas de emoción corrieron a menudo por sus rostros ante el milagro de un niño que crecía en el vientre cada día, hasta que por fin el momento
tan esperado llegó. Que ilusión tenerlo en sus brazos, que aventura verlo crecer cada día, cuantos sentimientos encontrados, cuantos suspiros al verlo dormir en su cama, cuanta felicidad al jugar con él, cuanta emoción al oírlo decir sus primeras palabras, al dar sus primeros pasos, al recibir
sus abrazos, al escuchar un te amo. Sencillamente este hijo se convirtió en su deleite, en el motivo de su felicidad, en su razón de vivir y en su alegría.
Pero algo inesperado ocurrió. Un día Dios se aparece al padre y le pide subir a un monte y ofrecerlo en sacrificio como una muestra de amor y como una prueba de que aquel hijo no era más importante que Dios en el corazón de ese padre ilusionado y enamorado.
Lo sorprendente es que este hombre no lo pensó dos veces, sin preguntar, sin cuestionar y si discutir ni postergar se levantó muy temprano e inicio un viaje agónico de la mano de su hijo hacia el monte del sacrificio. Cada paso dolió, cada metro recorrido le sacó una lágrima, suspiro tras suspiro y mientras interiormente moría lentamente, caminó hasta el lugar pactado. Preparó el altar y cuando todo estaba listo terminó de desfallecer ante las palabras de su pequeño hijo: Padre, veo leña y fuego pero ¿donde está la ofrenda? Con un profundo dolor toma al pequeño lo amarra y lo pone sobre el altar mientras levanta sus manos listo para entregar a su único hijo, a su gran tesoro, al motivo de su felicidad, al que vino a resucitar la ilusión y las ganas de vivir.
Sin embargo es interrumpido por una voz que le dice: No lo hagas porque acabas de probar que temes y amas a Dios al punto de no rehusarle siquiera a tu único hijo.
La adoración es un acto de entrega absoluta a Dios, que no niega nada, todo lo da. Es un amor tan alto y sublime por Dios que hace que aún aquello que amamos y tenemos en alta estima sea relegado a un segundo plano ante el lugar que Dios ocupa en nuestro corazón
…La adoración es un acto de amor absoluto
Pastor Minor Ceciliano
Comunidad Internacional de Adoradores
Estableciendo Adoracion en las Naciones
Email: minorceciliano@hotmail.com
Tel:(506)2230-1470