La ropa que llevas. Los alimentos que comes. El color de las paredes de tu habitación. A dónde vas y cómo llegas allí. Con quién sales. A qué hora te acuestas por la noche.
Te preguntarás qué tienen en común todas esas cosas. Son unos pocos de los cientos de ejemplos de cosas que tus padres controlaban en tu vida cuando eras un niño. Cuando eras un niño, no tenías voz ni voto en muchas de las cosas que sucedían en tu vida; tus padres tomaban todas las decisiones, desde qué comías a la hora del desayuno hasta qué pijama te ponías para dormir. Y esto es lo que corresponde. Los niños necesitan ese tipo de protección y asistencia, porque no son lo bastante maduros para cuidar de sí mismos ni para tomar decisiones sobre cuestiones importantes.
Pero, con el tiempo, los niños crecen y se convierten en adolescentes. Y parte del hecho de ser un adolescente consiste en desarrollar una identidad propia, una identidad que es diferente de la de tus padres. Es completamente normal que los adolescentes tengan sus propias opiniones, ideas y valores sobre la vida; eso es precisamente lo que los prepara para la etapa adulta.
Pero, mientras tú vayas cambiando y convirtiéndote en esa nueva persona capaz de tomar sus propias decisiones, es posible que a tus padres les cueste bastante adaptarse al cambio. Todavía no han tenido tiempo para acostumbrarse a tu nuevo “yo”; todavía te ven como a aquel niño a quien no le importaba que lo decidieran todo por él.
En la mayoría de las familias, es este proceso de adaptación lo que suele provocar muchas discusiones entre padres e hijos. Tú quieres decorar las paredes de tu habitación con carteles y ellos no entienden por qué han dejado de gustarte los dibujos que siempre has tenido en tu dormitorio. A ti te parece bien pasar el tiempo con tus amigos en el centro comercial cada tarde al salir de la escuela, pero ellos preferirían que practicaras algún deporte. Este tipo de enfrentamientos son muy frecuentes entre padres e hijos durante la adolescencia: los adolescentes se enfadan porque consideran que sus padres no los respetan y no les dejan espacio para hacer lo que les gusta, y los padres se enfadan porque no están acostumbrados a no tener el control o porque no están de acuerdo con las decisiones de los adolescentes.
Es fácil acabar muy dolido en este tipo de conflictos. Y cuestiones más complejas, como el tipo de amigos que tienes, salir por las noches, entre otras, pueden desencadenar discusiones incluso más fuertes, porque tus padres siempre intentarán protegerte y garantizar tu seguridad, independientemente de la edad que tengas.
La buena noticia sobre las discusiones que tienes ahora con tus padres es que en muchas familias este tipo de peleas disminuyen a medida que los padres se van haciendo a la idea de que sus hijos tienen derecho a tener sus propias opiniones y una identidad que puede diferir bastante de las suyas. De todos modos, es posible que tanto tú como tus padres necesiten varios años para adaptarse a los nuevos roles. Mientras tanto, haz un esfuerzo por comunicarte con tus padres lo mejor posible.
A veces te parecerá imposible, como si tus padres no fueran capaces de entender tu punto de vista y nunca fueran a cambiar. Pero el hecho de hablar y expresar educadamente tus opiniones puede ayudarte a ganarte el respeto de tus padres, y podrán llegar a acuerdos satisfactorios para ambas partes. Por ejemplo, si estás dispuesto a limpiar tu habitación para poder volver a casa una hora más tarde, tanto tú como tus padres saldrán ganando. Además, ten en cuenta que todos los padres han sido adolescentes y en la mayoría de los casos pueden hacerse una idea de lo que están pasando sus hijos.
Adaptado por Kenneth Madriz
KidsHealth