Atravesar algunos pasillos siempre me transporta a un momento que me conmovió profundamente hace un tiempo. Era cerca de las 2 a.m., los vuelos se habían atrasado, al llegar al hotel íbamos rápido directo a nuestra habitación muy cansados, sin embargo no podía acostarme así, estaba seguro que a lo lejos en otro pasillo, había visto algo tirado en el suelo moviéndose lentamente, al devolvernos y acercarnos, encontramos a un niñito de 5-6 años, sentado afuera al lado de la puerta de su habitación, temblando de frío y lleno temor . “¿Qué haces aquí afuera, cómo te llamas?”. Este niño se había levantado para ir al baño pero en lugar de abrir la puerta del baño, por error abrió la puerta de la habitación, salió y se le cerró quedando él afuera, tenía mas de 40 minutos ahí solo. Ok, vamos a tocar la puerta para que tus papás abran y vuelvas a acostarte… “No No!” Empezó a llorar y su cuerpo empezó a temblar más… “no toquen la puerta, si mi papá se despierta se va a enojar mucho, él siempre me grita y eso me asusta, tengo miedo”. “Necesitamos llamar a tus papás porque no puedes quedarte solo acá”. Me abrazó llorando diciendo que mejor él se quedaba conmigo, esas palabras representaban algo muy fuerte, cómo es posible que un niño se sienta mas seguro con un extraño que con sus propios padres…?. Le prometimos que no le pasaría nada porque nosotros hablaríamos con sus padres. Al tocar, su madre abrió la puerta asustada de ver a su hijo ahí con nosotros, le explicamos y lo recibió tranquila. Siguen en mis oraciones hasta la fecha.
Gritarle a sus hijos, cónyuge, otros, no solo lastima, si no que provoca cicatrices profundas que dañan la salud mental, autoestima, incrementa la ansiedad y estrés, crea modelos de conductas rebeldes y violentas, afecta la calidad de las relaciones y la estabilidad emocional de todos. ¡Acuerden juntos no gritar más en casa!
Nuestro hogar debería ser el lugar seguro donde podemos preguntar y descubrir sin temor. Donde podemos estar en silencio y aún ser escuchados. Donde podemos llorar y no ser avergonzados. Donde podemos reír, equivocarnos y mantener el respeto mutuo. Donde podemos amar y descubrir que hemos sido amados desde el principio.
Kenneth Madriz